lunes, 4 de junio de 2012

¿GENERACIÓN NI-NI-NI?



  Había una pregunta en mis tiempos –allá por los años ochenta-  considerada entre

los jóvenes ante cualquier punto de encuentro la ineludible pregunta milmillonaria:

¿trabajas o estudias?, se intentaba averiguar en cuanto uno conocía a alguien de su

edad. Y encabezaba la pregunta, claro, el más rápido, el primero en llegar, la chica al

chico si no le daba tiempo a este  de preguntarle  a ella primero. A la respuesta,

luego de un sí o un no, le seguía casi a la velocidad del rayo otro interrogante

multimillonario: ¿y tú?

     Obedecía dicho gesto, quizá, a un obsesivo interés de responsabilidad, trabajo y

madurez prematuros. Pero es que por aquel entonces esas cosas eran las que nos

hacían sentir mayores. Habíamos crecido. Ante la tesitura de un mutismo legalmente

impuesto y una mayoría de edad demorada a los veintiún años, de forma

involuntaria perdimos mucho tiempo aguantando las ganas y teníamos que

recuperarlo.


    En el periplo de una sociedad aperturista y casi catártica subida a la tabla de

salvación de una democracia emergente, cuyos efluvios liberales llegaban según se

dejaba ver arrojando a la papelera, aunque no en picado sino paulatinamente, las

castañuelas, los toros y la verbena se perdían valores que, me parece, después hemos

querido rescatar sin éxito.

    Desde luego después de un férreo régimen dictatorial de derechas, la frase

“libertad de expresión” vendía mucho –hoy más parece un tópico que una realidad

práctica- . Personajes del pueblo llano, grupúsculos y por supuesto políticos que por

aquel entonces se dejaron la piel defendiendo “el cambio” hubo muchos; y hasta la

vida se dejó mucha gente reclamando la democracia con garra y coraje. No  me

enredaré en la inserción de nombres y apellidos  para no extralimitarme

otorgando visos de manual al artículo. A modo de ejemplo así por encima dejo caer

a la comparsa Jarcha, grupo folclórico que con los más rudimentarios instrumentos

de percusión se echó a la calle totalmente comprometido con la causa. Cierto,

la tan ansiada transición que a muchos nos ayudó a respirar  como panacea de tanta

represión y silencios contenidos nos vistió de largo.


     Varias décadas después, viendo el panorama de este contexto social que nos

enmarca cerrado a toda posibilidad, política –ya que parece muchas veces navegar a

la deriva- , educativa –también camina con sus recortes en dirección contraria,

o esa es la sensación-  y cómo no, económica –la tan trillada crisis lo deja claro-  me

pregunto si todo aquello habrá valido para algo. Para algo positivo, quiero decir.


    Que nadie me entienda mal,  ni soy antidemocrática ni

pretendo retrotraer  la rigidez ignorante y obtusa de antaño, qué va,

Dios me libre. Estoy con las libertades en toda la amplitud de la palabra, las

apoyo y no voy nunca a involucionar hacia el franquismo y su rigor encerrado

en el cuarto oscuro de ordeno y mando. Mis criterios democráticos gozan, gracias

a Dios,  de buena salud y son firmes.

   Es este fatídico clima actual de incertidumbre generado por una crisis intrusa

que pareció llegar como las bailarinas de puntillas en ademán de chitón, y el

insostenible paro juvenil y no tan juvenil que, lejos de desembocar en el punto final

se impone depredador in crescendo, lo que hace que se tambaleen, muy a mi pesar,

ciertas convicciones arraigadas en mis sólidos principios.


   Me adentra todo ello en reflexiones de muy hondo calado. Ahora la pregunta

aquella recurrente de mis tiempos está en el aire. Una firme aseveración la

condena a cadena perpetua. La observación directa me guía con desagrado

a la contemplación de la etiqueta ni-ni-ni (ni estudian, ni trabajan ni tienen

intención de hacerlo se dice cuando los chicos y chicas tardan en encontrar trabajo

más de lo previsto; y eso si lo encuentran) que a modo de distintivo muchos

jóvenes llevan adosada en altorrelieve a la solapa como un estigma.  Si las cosas

están mal no hagamos del árbol caído leña. Admitiendo que se pueda dar algún

caso de abulia y dejadez, estamos en posesión de una mentira dañina. Y lo peor

 es que lo hacemos a conciencia. Todos sabemos que lo que hay ahí fuera, en las

filas del mercado laboral es un edulcorado “ya te avisaremos” –por estereotipado

 o por lo que sea ya no se estila lo de “vuelva usted mañana”- .

Mi más sincero llamamiento a la serenidad y a la sensatez. Propongo desde aquí un

profundo análisis sociológico encaminado al conocimiento de la realidad actual que

envuelve a los jóvenes. Estoy con el bloque de los indignados del 15-M., con

toda forma de reivindicación justa. Y me pregunto –indignada, por supuesto- si

abriendo el futuro encerrado en paréntesis que les ronda se harán mayores ellos

también,  tal vez al afrontar la incógnita ¿trabajas?, en su puesta de largo dirán sí.

Les ofrezco mi comprensión y mi confianza. Bien por este colectivo que

representa el grito unánime del pueblo llano.


MARI CARMEN CABALLERO ÁLVAREZ