sábado, 23 de abril de 2016

CERVANTES: MEJOR EN EL CIELO QUE EN LA TIERRA.



  


  La sombra de Cervantes es alargada. Los más insignes ilustrados por los siglos de los siglos han juntado mesas y dando forma al pasado forjan el presente poniendo cuerpo al futuro. Ninguno sobra de los que están. Nadie podía faltar. En las alturas las ninfas hacen  las veces de musas, de su belleza hablan describiéndola en su propia dimensión.

   Y es que en el culto a la bohemia intelectual de la época todo contertulio del gremio tiene su sitio. Las manos extendidas estrechan lazos amistosos otrora imposibles. Lope la ofrece primero; Cervantes no la rechaza.  En la misma posada pernoctan Quevedo y Góngora.  Departen entre picarescas y guiños a la tabernera, encaminada  a llenar los vasos dispuestos en las mesas de madera vieja donde están sentados. Ocupando el centro de la rústica estancia, a la vez que frota sus manos en el mandil, el mesonero sonríe no sin recelos. En tal ambiente distendido la dignidad flota incólume. A quienes la pobreza extrema holló la riqueza ilustrativa de los siglos de oro convidaría.
  
 El compadre Fernando de Rojas, algo apartado en un rincón pierde la timidez que a priori lo acompañó y acerca la silla de enea a la tertulia. Integrado preside pronto la mesa y bebe el vino color sangre servido  de la jarra transparente. Dos tragos después ha perdido las vergüenzas hablando soez de mujeres, juergas y juego. lejos va de la intimidación antes causada por la presencia respetuosa de don Alfonso X, a quien se adjudica el legítimo derecho sin anacronismos de disfrutar los logros del edificio cultural cuya primera piedra él situó.

  Lejanos ecos irrumpen en el recinto. Un rucio rebuzna. Ladran, Sancho, señal que cabalgamos.

Mari Carmen Caballero Álvarez

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